La familia de Luis y Celia – Carta n°36
13 de abril de 2020
«Hagamos las cosas lo mejor que podamos y dejemos lo demás a la Providencia.» El abate Rancé tenía razón: «en vano ruge el mar y arroja espuma con rabia, en vano se agita el barco: nada le impedirá llegar al puerto porque el aliento de la Providencia inflama las velas.» (Cita de un autor desconocido, recogida de la mano de Luis Martin y expuesta en la pared del mirador de los Buissonnets)
«Cuando pienso en lo que Dios, en quien he puesto toda mi confianza y en cuyas manos he confiado el cuidado de mis asuntos, ha hecho por mí y por mi marido, no puedo dudar de que su divina Providencia vela con especial cuidado por sus hijos.» (CF 1 de Celia a su hermano Isidoro, 1 de enero de 1863)
Cuando suena las campanas de Pascua
Ayer, domingo 12 de abril, las campanas anunciaron la Resurrección de Cristo con gran vuelo. ¿Cómo no recordar su sonido del 25 de marzo último para unirnos a todos en la plegaria común, propuesta por los obispos de Francia, cuando el coronavirus comenzaba a extenderse por nuestro país? Dos días más tarde, en la plaza de San Pedro de Roma, el Papa Francisco nos invitó a una oración universal para pedir a Dios el cese de esta pandemia, a la vez que, con la bendición eucarística, concedió la indulgencia plenaria a los fieles.
En su meditación del relato de la tempestad calmada: (Mc 4,31-41) describió la nuestra: «Nos hemos dado cuenta de que todos, frágiles y desorientados pero necesarios al mismo tiempo, nos encontramos en la misma barca llamados a remar juntos y necesitados de reconfortarnos mutuamente.»
En ella, analizó también el mal que sufre nuestro mundo contemporáneo: «Avidos de ganacias […] no nos hemos detenido ante tus avisos, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo.»
Y precisó que este acontecimiento nos llama una doble conversión:
- «reorientar el camino de nuestra vida haci ti, Señor, y hacia los demás.»
- y a tener una mirada nueva «sobre las personas corrientes, a menudo olvidadas […] pero que, sin duda, hoy están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia : médicos, enfermeros, sacerdotes, religiosos y tantos otros que han comprendido que nadie se salva a sí mismo.»
Su meditación terminó con unas palabras de invitación a la confianza que nos recordaron las de los santos Luis y Celia del inicio de la carta del 13: «Esta es la fuerza de Dios: orientar hacia el bien todo lo que nos sucede, incluso las cosas más tristes. Él aporta serenidad en nuestras tempestades, pues con Dios la vida no termina nunca.»
Mientras que se abre para nosotros el tiempo pascual, esperamos que la vida retome su curso «normal» en las próximas semanas. El riesgo será grande si seguimos como antes, sin aprender las lecciones de esta crisis y todo lo que nos revela de nosotros mismos y de nuestras sociedades. No olvidemos los llamamientos que se nos han hecho, los del Papa o los percibidos en este periodo de confinamiento y en este tiempo de Pascua, camino hacia Pentecostés.
Escuchar la palabra de Dios
De la Carta a los Romanos 8, 31-39
«Después de esto, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió, más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.»
Pistas para nuestra meditación y oración personal o en grupo
- Dejemos resonar en nuestros corazones estas palabras del apóstol Pablo.
- ¿Qué recordamos de los acontecimientos que vivimos? ¿Qué llamamientos concretos para nuestra vida? ¿Cómo pensamos ponerlos en práctica?
- ¿En quién ponemos nuestra confianza cuando en nuestra vida o en la del mundo se levantan vientos contrarios?
Invoquemos a la Santísima Virgen
¡Oh! Tú, quien quiera que seas, que te sientes lejos de tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta estrella.
Si el viento de las tentaciones se levanta, si el escollo de las tribulaciones se interpone en tu camino, mira la estrella, invoca a María.
Si eres balanceado por las agitaciones del orgullo, de la ambición, de la murmuración, de la envidia, mira la estrella, invoca a María.
Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros sacuden la frágil embarcación de tu alma, levanta los ojos hacia María.
Si perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso ante las torpezas de tu conciencia, aterrorizado por el miedo del Juicio, comienzas a dejarte arrastrar por el torbellino de tristeza, a despeñarte en el abismo de la desesperación, piensa en María.
Si se levantan las tempestades de tus pasiones, mira a la Estrella, invoca a María.
Si la sensualidad de tus sentidos quiere hundir la barca de tu espíritu, levanta los ojos de la fe, mira a la Estrella, invoca a María.
Si el recuerdo de tus muchos pecados quiere lanzarte al abismo de la desesperación, lánzale una mirada a la Estrella del cielo y rézale a la Madre de Dios.
Siguiéndola, no te perderás en el camino.
Invocándola no te desesperarás y guiado por Ella llegarás al Puerto Celestial.
Que su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para alcanzar el socorro de su intercesión, no descuides los ejemplos de su vida.
Siguiéndola, no te extraviarás, rezándola, no desesperarás, pensando en Ella, evitarás todo error.
Si Ella te sustenta, no caerás, si Ella te protege, nada tendrás que temer.
Si Ella te conduce, no te cansarás, si Ella te es favorable, alcanzarás el fin.
Y así verificarás, por tu propia experiencia, con cuánta razón fue dicho: “Y el nombre de la Virgen era María”.
Amén
Podéis contar con las oraciones de los miembros del Santuario de Luis y Celia de Alençon.
P. Thierry Hénault-Morel, rector del Santuario