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La familia de Luis y Celia – Carta n°33

13 de enero de 2020

« Te deseo un feliz año nuevo, una buena salud y el Paraíso lo más tarde posible, pues creo que sólo entrarás en él de buena gana cuando no tengas más remedio…» Celia Martin a su hermano Isidoro, 12 de enero de 1865 (CF. 11)

« Te deseo todas las bendiciones del cielo. Si Dios me escuchase, serías el hombre más feliz de este mundo y del otro… » Celia Martin a su hermano, 28 de diciembre de 1871 (CF. 76)

Tiempo de deseos

En el mes de enero, solemos expresar nuestros buenos deseos para el nuevo año a nuestros conocidos, familia y amigos.

Estos buenos deseos, ¿están cargados de humor, como los de Celia a su hermano Isidoro en 1865, retrasando lo más posible la felicidad del Cielo o, por el contrario, saben unir las dos alegrías, las de esta tierra y las del Cielo como los de 1871? Una unión que no carece de interés en una época en la que se reprochaba a algunos cristianos que se preocupaban más por la felicidad del Cielo de los pobres y necesitados que por la de la tierra.

La felicidad en este mundo

Si seguimos leyendo la correspondencia de Celia, vemos cómo trata de explicar a su hermano, diez años más joven que ella, lo que verdaderamente constituye la felicidad en esta tierra, aunque sólo sea para ayudarle en la elección de una futura esposa: «Por lo visto, sigues pensando en la Srta. X. […] Creo que estás loco… te romperás la crisma, tanto con ésa como con las demás, porque sólo te fijas en las cosas superficiales: en la hermosura, en la riqueza y no te preocupas por las cualidades que constituyen la felicidad de un marido o por los defectos que le ocasionan la desolación o la ruina. Ya sabes que todo lo que reluce no es oro.» (CF. 10, 14 de julio de 1864)

Después, tranquilizada por la elección de su hermano con relación a su esposa y viéndolo instalado profesionalmente, pero comprometido también en obras sociales y parroquiales, le escribe : «Me encanta saber lo muy estimado que eres en Lisieux, vas a convertirte en un hombre importante. Me alegro muchísimo pero, sobre todo, quiero que seas santo. Dicho esto, añade inmediatamente: Sin embargo, antes de desear la santidad a los demás, estaría mejor que yo misma emprendiera este camino, cosa que no hago; bueno, esperemos que todo llegue.» (CF 116. 29 de marzo de 1874)

Precisamente, el Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica sobre la llamada a la santidad en el mundo actual, nos exhorta a unir la felicidad de la tierra con la del cielo y a dejar a esta que ilumine aquella. Después de habernos recordado que la santidad es accesible e todos, en el capítulo tercero se centra en la doctrina que se desprende de las Bienaventuranzas de Jesús y describe cuál es la verdadera felicidad, la verdadera santidad, que no consiste en acumular riquezas que no te aseguran nada. «Es más: cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios, para amar a los hermanos ni para gozar de las cosas más grandes de la vida. Las Bienaventuranzas, de ninguna manera son algo liviano o superficial; al contrario, ya que solo podemos vivirlas si el Espíritu Santo nos invade con toda su potencia y nos libera de la debilidad del egoísmo, de la comodidad, del orgullo.» (Gaudete et Exultate 65 y 68)

Podemos recordad, a propósito de esto, lo que san Pablo escribió a los cristianos de Roma:

«Por la gracia de Dios que me ha sido dada os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene, sino estimaos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada cual.
[…] Que vuestro amor no sea fingido; aborreciendo lo malo, apegaos a lo bueno. Amaos cordialmente unos a otros; que cada cual estime a los otros más que a sí mismo. En la actividad, no seáis negligentes; en el espíritu, manteneos fervorosos, sirviendo constantemente al Señor. Que la esperanza os tenga alegres; manteneos firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración; compartid las necesidades de los santos; practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde. No os tengáis por sabios. A nadie devolváis mal por mal. Procurad lo bueno ante toda la gente. En la medida de lo posible y en lo que dependa de vosotros, manteneos en paz con todo el mundo»
(Rom 12 3, 9-18)

Apuntes para nuestra oración personal o en grupo

Podéis contar con las oraciones de los miembros del Santuario de Luis y Celia de Alençon.

P. Thierry Hénault-Morel, rector del Santuario

Gracias por vuestra actividad misionera, por la difusión de esta carta y por mandarnos las direcciones de aquellas personas que penséis pueden apreciarla. Esta carta puede ser distribuida en papel, mostrada a vuestras relaciones, a vuestro párroco…