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Ceremonia de apertura del año jubilar – Domingo, 8 de julio de 2018

Ceremonia de apertura del año jubilar en conmemoración del 160º aniversario del matrimonio de los santos Luis y Celia Martin
Domingo, 8 de julio de 2018

Homilia del Cardenal Mauro Piacenza – Penitenciario mayor

[Tb 8,4b-8; Col 3,12-17; Gv 2,1-11]

« ¡Haced lo que Él os diga! » Con estas palabras, la Virgen María dice a sus servidores que conviene que cumplan la voluntad de Cristo y, a la vez, que ella es el instrumento y causa del inicio del ministerio público de Jesús. Desde hace veinte siglos, la Madre de Nuestro Señor dirige estas mismas palabras a todo cristiano, a todo hombre y mujer de buena voluntad como invitación a conformarse, poco a poco y con firme propósito, a la volutad de Dios.

Esta voluntad divina, lo sabemos bien, se da a conocer en la Revelación objetiva, es decir, en la Palabra de Dios escrita, transmitida e interpretada por el magisterio oficial de la Iglesia. También y, sobre todo, en el orden natural de la creación, que debe ser constantemente redescubierto como ‘el primer libro,’ libro en el cual el hombre no cesa de descubrirse a sí mismo y de percebir el sentido de su propia existencia, la importancia relacional y la primera de todas las relaciones que es, justamente, la que le une a Dios.

Los esposos Martin realizaron plenamente el designio de Dios sobre ellos. Son santos precisamente porque hicieron « Lo que Él os diga », cumpliendo cada día la voluntad de Dios que está inscrita en el corazón de todo hombre, en el orden de la creación y que revela objetivamente primero el Antiguo Testamento y después el Nuevo Testamento.

Existe, pues, un primer nivel, el orden universal de las cosas como indicador de la voluntad de Dios que se cumple por obediencia a ley moral y al orden de la creación. En este sentido se ve que en nuestra época es urgente y necesario encontrar una catequesis sobre la creación que esté a la altura de los desafios que la ciencia moderna obliga pero que permanezca fiel tanto a la razón como a la verdad revelada.

La obediencia al orden natural es el primer modo de santificación, la vía ordinaria totalmente independiente que ignora cualquier otro impulso espiritual tan cautivador como las implicaciones afectivas.

Como el libro de Tobias lo recordaba sabiamente en la primera lectura, el hombre toma a la mujer por esposa obedeciendo al orden natural y los dos se comprometen en un camino de santificación que reposa en la relación auténtica y en la ayuda mutua que se prestan para obedecer a la voluntad de Dios.

No se puede separar el redescubrimiento del fundamento de la ley moral natural de una catequesis apropiada sobre la razón y su papel en el conocimiento. Las verdades que se inscriben en el orden natural, en efecto, son accesibles al conocimiento gracias a la inteligencia, a condición de que esta sea formada para adherirse a la verdadera en su componente indispensable que es el binomio hombre-mujer.

Podríamos decir, partiendo del relato del Génesis, que es Dios mismo el que lleva la mujer al hombre como un reglo que le hace para ayudarlo a cumplir su voluntad. El drama del pecado ‘misterium iniquitatis’, se inscribe en este proyecto, deformándolo, al poner la separación, un conflicto entre el hombre y la mujer, revelando así una situación radicalmente nueva que no corresponde a la voluntad divina y tendrá que ser rectificada por el advenimiento de Cristo, por su muerte y su resurrección salvadora.

En efecto, la Cruz de Cristo es el camino de salvación para todos los hombres y para cada hombre, también lo es para la institución natural del matrimonio, que habla de la voluntad expresa de Cristo que lo ha convertido en sacramento.

Los esposos Martin son santos porque, desde el principio, fueron sostenidos, ayudados y corregidos en el cumplimiento de la voluntad divina, dejándose acompañar en este camino fascinante por la Iglesia, los Sacramentos, la Santísima Virgen María y por el proyecto vocacional que Dios tenía sobre toda la familia. La perspectiva de constante apoyo mutuo en el cumplimiento de la voluntad divina realiza esta comunión eclesial y esta iglesia doméstica que es la familia cristiana.

¿Qué es, en efecto, la Iglesia peregrinante sino una comunidad de todos los que son salvados, de pecadores que son justificados, es decir, hechos justos por la Misericordia de Cristo, una comunidad en la que todos los miembros son llamados continuamente al cumplimiento de la voluntad divina y que no cesan de ayudarse para lograrlo?

El Señor Jesús nos ha revelado el Amor del Padre y nos ha abierto los caminos de la comunión trinitaria. La Iglesia, como presencia de Cristo en el mundo, recuerda a la humanidad la necesidad de su relación con Dios, actualiza el misterio de la salvación en la celebración de los Sacramentos, en particular en el de la Eucaristía y anuncia a los hombres la nueva manera de vivir que surge del encuentro con Cristo.

La Iglesia doméstica es en la Iglesia el lugar por excelencia de acogida de la fe, de la correción fraterna en el esfuerzo por cumplir la voluntad divina ; es el lugar de una misericordia constantemente dada y recibida y un testimonio de unidad. Esta unidad no se podría alcanzar si su consecución sólo dependiera sólo de las fuerzas humanas. Pero resplance su luz porque está sostenida por obra de la gracia.

Los esposos Martin no sólo vivieron este dinamismo en todos los niveles, tanto en el de la creación como en el de la redención, en el de la Iglesia y en el de la familia, sino que aún siguen (160 años más tarde) dándonos testimonio de lo que, después de dos mil años, sucede en la Iglesia: que la santidad engendra santidad!

He aquí queridos hermanos y hermanas la verdadera apuesta de la humanidad: ¡tener hombres y mujeres santos!

No debemos buscar la salvación ni en las obras ni en las leyes humanas que, como tales, son siempre limitadas y están marcadas por el pecado. Busquemos primero el Reino de Dios y su Justicia, busquemos la santidad ya que sólo ella puede traer reformas reales que permanezcan puese sólo ella puede cambiar el mundo.

La forma en la que la familia Martin hizo frente a las situaciones de la vida tanto en el plano humano como en el espiritual, es un elocuente testimonio que muestra esta fuerza generadora de santidad: santa Teresita de Lisieux no es sólo su hija según los lazos de la carne, sino que es el fruto de la santidad que floreció y maduró en las ramificaciones generosas de este árbol robusto formado por un padre santo y una madre santa. Desde un punto de vista histórico, quizá, no hubieramos conocido jamás la santidad de los padres si no hubiésemos conocido las santidad de sus frutos. Sin embargo, esta reciprocidad y circularidad que reconocemos en la santidad no debilita sino que refuerza este ‘engendramiento’ a la santidad que en sí no es otra cosa que una manera de hablar de la fascinante comunión de los Santos que es una componente de la Iglesia.

Queridos hermanos y hermanas que os habéis reunido aquí en esta circunstancia emocionante, ¡Aspiremos juntos a la santidad! Si somos santo, engendraremos santidad aportando al mundo la más esencial de las contribucines, la que constituye la ‘permanente apertura del del corazón al misterio’ del que la santidad es indicación y la traducción viva.

En este camino de santificación recíproca y fecunda, los esposos Martin tuvieron siempre a la Virgen Maria como faro luminosos que iluminó el camino espinoso y rudo de su vida. También hoy, ella que es misteriosamente Virgen y Madre, Esposa y Madre, no cesa de decirnos con gran fuerza y dulce ternura, las mismas palabras que dijo en Caná: « Haced lo que Él os diga. » Nosotros, que somos los sirvientes de este banquete nupcial, podremos ver, también hoy, nuestra pobre agua transformada en alegría y salvación, en vino nuevo anunciador de la sangre que brota aún del costado de Cristo, fuente única de santidad universal.